El Evangelio de este Domingo nos reproduce una escena muy seria, casi trágica, dentro de la predicación de Jesús. El Señor se va a ver obligado a decirnos cuál es el pecado mayor que existe y las fatales consecuencias que acarrea al culpable.
Se reúne tanta gente en torno al Maestro de Nazaret que el pobre no tiene tiempo casi ni de comer. Parientes y amigos suyos, que lo han visto siempre tan ecuánime y tan sereno, al verlo ahora con esta fama y estos milagros, piensan de Jesús lo peor que pueden, y se dicen resueltos:
– Vamos a atraparlo porque se ha vuelto loco.
Esto, sus paisanos y parientes. Los escribas y fariseos, que llegan desde Jerusalén para observarlo, van mucho más allá, y propagan entre la gente:
-¿A ése le hacen caso? Que vayan todos con cuidado, porque está endemoniado, poseído nada menos que por Belcebú, y expulsa a los demonios en nombre del príncipe de los demonios.
La acusación era demasiado grave. Jesús comprende toda la malicia que encierra, y, para no enfadarse demasiado, responde a sus acusadores con unas preguntas suaves y contundentes:
– Muy bien. Ustedes dicen que yo expulso los demonios en nombre de Satanás. Pero, ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está divido en sí mismo, es imposible que ese reino se mantenga en pie. Si una casa o una familia se divide, ¿Cómo se va a gobernar?
Las respuestas tenían que ser claras. Y se las va a dictar el mismo Jesús:
– Si Satanás se rebela y se divide contra sí mismo, no puede subsistir, sino que está para acabar su dominio.
Los fariseos tenían que callar por fuerza ante estas razones. Pero Jesús sale ahora en defensa de Sí mismo y de su actividad contra el demonio. Y lo hace con una declaración, a base de una comparación tremenda, que deja por fuerza sin palabra a su contrincantes:
– Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y apoderarse de todos sus enseres, si antes no lo ata y no lo sujeta bien. Entonces es capaz de arrebatarle todo y de echarlo fuera.
Jesús les declaraba así que Él era más fuerte que el demonio, desde el momento que lo expulsaba de los poseídos.
Pero ahora viene el aviso más grave que Jesús se ve obligado a dar.
– Les aseguro que se les perdonarán a los hombres todos los pecados y todas las blasfemias que profieran. Pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás. Cargará con su pecado eternamente.
En realidad, ¿Cómo podían decir que Jesús estaba poseído de un demonio? Pecar contra la luz es el pecado más grande que puede existir. Es cerrar voluntariamente los ojos al Espíritu Santo que nos está enfocando para que veamos, y decir que su obra se debe a Satanás…
Contra esta incredulidad de los fariseos, estaba la fidelidad de los oyentes dóciles de Jesús, de los cuales asegura, ahora que los ve a su alrededor:
– Éstos, éstos que cumplen la voluntad de Dios mi Padre, éstos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre…
¿Qué pensaron los escribas y fariseos venidos de Jerusalén para expiarlo y difamarlo de manera tan grave?… ¡Tremenda amenaza que se llevaban encima!…
Un Evangelio tan serio como éste nos hace ahora a nosotros pensar en el demonio, en Satanás, en el cual se centra toda la grave lección de Jesús.
El Papa Pablo VI, hace ya bastantes años (concretamente en Noviembre de 1972) habló de manera muy seria contra los que aseguraban que el demonio no existía, sino que era más bien la personificación que los hombres habíamos hecho del mal. Para muchos, el demonio no es más que eso: el conjunto de los males que contemplan nuestros ojos.
Esta manera de pensar era muy peligrosa y estaba en oposición directa contra la revelación de Dios en toda la Biblia y contra la fe de todo el pueblo cristiano. Por eso el Papa aseguraba: “El mal no es sólo una deficiencia, sino la eficiencia de un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor”.
Es decir, conforme a las palabras del Papa: el demonio es un ser personal, malo, malísimo, y que no se dedica más que a hacer el mal. Y la peor estrategia que usa (según frase famosísima de un escritor de hace más de un siglo) es la de pasar desapercibido. Su mayor victoria es conseguir que no se crea en él. Entonces actúa siempre en las tinieblas, a escondidas; y hasta se deja tributar culto descaradamente en asambleas satánicas.
El demonio conspira contra la autoridad y unidad de la Iglesia (esto es su mayor empeño y donde tiene sus mayores triunfos, si consigue algo), pero lo hace valiéndose de fanáticos, de revoltosos, de contestatarios dentro de la misma Iglesia.
¿Hemos de tener nosotros miedo a Satanás? No, de ningún modo. El demonio no da miedo a ningún cristiano fiel. Jesús es más fuerte y no se deja vencer por Satanás en nosotros. El demonio, después de la Cruz y de la Resurrección, no es más que un muñeco en las manos del Señor.
¡Señor Jesucristo!
¡Qué confianza la que nos inspiras al presentarte tan fuerte frente al Maligno!
¿Quién puede temer por su salvación si está contigo?
¡Nadie tan poderoso como Tú, Señor!…
P. Pedro García, cmf.