¿Cuál es la actitud del cristiano en relación con su Dios? Es un caminar a través de la vida, como por un desierto, hasta dar con Dios en la Tierra Prometida. ¿Dónde tenemos el ejemplo? Para encontrarlo, miramos dos páginas de la Biblia.
La primera página es la marcha de Israel a través del desierto, cuando sale de Egipto bajo la guía de Moisés, y durante cuarenta años no hace más que rebelarse contra Dios, a pesar de tanto beneficio. Israel sucumbía continuamente a la tentación.
La segunda página es la de Jesús tentado también en el desierto, vencedor del demonio y modelo del cristiano en su peregrinación hacia Tierra Prometida.
El demonio maldito, que es listo de veras, ha escuchado también la voz de Dios al salir Jesús del Jordán:
– ¡Éste es mi Hijo muy amado!
Y el demonio se pregunta:
– ¿Será éste, entonces, el Cristo prometido? Si es así, la cosa empieza mal para mí. Tanta austeridad y pobreza, tanto desapego del mundo, no van bien para mis planes. Con la sensualidad y el orgullo es como arrastro yo a los hombres. ¡No tengo más remedio que desviar el mesianismo de este Jesús!…
Así discurre Satanás, y se presenta a Jesús, hambriento después de tanta penitencia. Ha oído el demonio en el Jordán eso de “Mi Hijo”, dicho por Dios, y empieza con esa expresión:
– Oye, si tú eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. ¿Por qué tienes que llevar una vida tan austera? ¿Por qué no te diviertes un poco? ¿Por qué no la pasas mejor?…
Jesús reconoce al tentador, y le responde sereno:
– ¡No quiero hacer ese milagro! Prefiero fiarme de Dios, que me dice: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Israel no se fio de Dios en el desierto y gritó desesperado a Moisés hasta que vino el maná… Jesús no desconfía, y se dice: ¡Dios me ayudará siempre!
Nuevo asalto de Satanás, que lleva a Jesús en visión hasta la cima del Templo de Jerusalén, y le invita:
– Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, para que todos vean cómo no te pasa nada, pues los ángeles te van a recoger con sus manos. Y todos admirarán y alabarán a un Mesías tan brillante.
La vanidad, la ostentación, el buen nombre, la celebridad… le van muy bien al demonio para cazar las almas. Pero Jesús ve la treta del enemigo, y le contesta:
– ¿Tentar yo a Dios, y ponerlo a prueba para que esté a mi servicio, como hicieron nuestros antepasados en el desierto?… ¡No quiero hacerlo! ¡No me tiro abajo!…
Después, el último asalto de Satanás, el más atrevido, descarado y peligroso. Le enseña a Jesús en visión todos las naciones del mundo, y le ofrece todo el dinero y todo el poder político:
– ¿Ves todo esto? Todo es mío, y todo te lo doy si caes ante mis pies y me adoras.
Jesús adivina la malicia inmensa de esta tentación, y se acuerda de Israel al pie del Sinaí, adorando el becerro de oro y olvidándose de la ley de Dios. Así, que responde con energía:
– ¡Apártate lejos de mí, Satanás! Porque está escrito, y yo me atengo a ello: Adora al Señor tu Dios y ríndele culto sólo a él.
Satanás no tiene nada que hacer con este Jesús, que vence la tentación, se fía de Dios y se le somete con todo amor.
Dios entonces encarga a sus ángeles que lo cuiden siempre con el mayor esmero…
Esta página del Evangelio es una de las más aleccionadoras que leemos a lo largo de todo el año. Los apóstoles y la catequesis primitiva supieron escenificar bien las luchas que sufrió Jesucristo, y, sobre todo, supieron decirnos de manera imborrable lo que es la lucha incesante del cristiano si quiere conservarse fiel a sus compromisos bautismales.
La Iglesia, el nuevo Israel, sale en Jesús victoriosa. La Iglesia, y cada cristiano en particular, adivina la estrategia de Satanás y aprende de Jesús.
¿Placer? No. Ya lo tendré abundante en el Cielo. Ahora, deber y austeridad. La cruz de Cristo, participada con una vida esclava de mis compromisos bautismales. Conducta seria, mientras tantos se lanzan por la diversión loca, el disfrute sin control y una vida demasiado alegre…
¿Fama, celebridad, que mi nombre vaya de boca, que todos me alaben?… No me interesa ni la vanidad a lo estrellato del cine o de la pasarela, ni la vanidad de presumir de riqueza en la sociedad. Yo, como Jesús, prefiero el camino de la humildad y la sencillez que recorren todos mis hermanos…
¿Dinero? ¿Poder político? ¿Un magnate de la droga? ¿Un grande de la mafia omnipotente? ¿Y todo eso pisoteando mi conciencia?… Yo no me arrodillo ante el dios oro y el dios poder opresor. ¡Yo sí que no paso por ésas! Para mí, Dios lo primero. Dios, lo más importante. Dios, lo único. Dios todo en toda mi vida: en mi oración, en mi trabajo, en mis diversiones juiciosas, en mi relación social. Dios, mi gran preocupación en este mundo y mi gran premio en la Tierra Prometida…
Jesucristo, tentado.
La Iglesia, nuevo Israel de Dios, tentada.
Yo, tampoco me puedo escapar de la tentación. Pero, si venció Jesucristo, ¿por qué no voy a vencer yo con Él?…
P. Pedro García, CMF.