El Evangelio que hoy nos presenta la Iglesia es de una simplicidad desacostumbrada. Porque estamos hechos a leer la relación de milagros estruendosos, como la resurrección de Lázaro, o de parábolas magistrales, como la del Buen Samaritano, que son el encanto de los sencillos y el asombro de los sabios…
Hoy, nada de eso.
Hoy leemos solamente cuatro dichos del Señor que son de una simplicidad extraordinaria, pero que encierran una sabiduría humana y divina que hace pensar tanto y tanto…
El primero, es de pura prudencia y sentido común, pues dice Jesús:
– ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el pozo?…
Nos encontramos durante la vida en situaciones difíciles, y entonces nos es necesario el consejo de personas prudentes.
Nos ocurre muchas veces esto, sobre todo, en asuntos del espíritu, en el negocio de la salvación. En las dudas, en las angustias, en los fracasos del alma, ¿a quién hemos de acudir?
Afortunadamente, Dios ha puesto al frente de la Iglesia maestros y doctores; la ha provisto de pastores celosos, y comunica a muchos hermanos, llenos del Espíritu, el don de consejo y son capaces de guiarnos siempre por caminos seguros.
Pero, ¡al tanto! Hay muchos que se presentan con doctrinas nuevas, disconformes con las enseñanzas del Señor y utilizando tal vez sus mismas palabras, pero que son, como nos dice el mismo Jesús, lobos con piel de oveja, o ciegos que se empeñan en guiar a otros ciegos. ¡En qué abismo no irán a parar!…
El que quiere ser guía sin que nadie lo haya constituido tal, es un granuja; y el que se fía de un ignorante o falsificador de las cosas de Dios, es un tonto. Si se pierden en el pozo del cual ya no se puede salir, ¿de quién será la culpa?…
La guía en el negocio de la salvación la tenemos en la Iglesia instituida por el Señor, la cual nunca cae en el abismo del error…
El segundo dicho del Señor viene a ser como una consecuencia del anterior:
– Ningún discípulo es más que su maestro. Le bastará saber lo que su maestro sabe.
Mirando a la Iglesia y la doctrina del Señor, escuchamos la Palabra, la estudiamos con tesón, aprendemos de hermanos que están muy preparados, nos llenamos de sabiduría divina… Como Pablo decía a los de Corinto, estamos llenos del conocimiento de todas las cosas de Dios.
Lo único que nos hace falta es la humildad para reconocer que todos los hermanos tenemos el mismo don de la verdad y que, por lo mismo, nadie se puede engreír sobre otro, pues tanto el maestro como el discípulo somos iguales en la Iglesia de Dios, donde el único Maestro y Doctor es Jesucristo el Señor.
El tercer consejo lo encierra Jesús en una comparación inolvidable:
– ¿Por qué te fijas en la pajita que tiene tu hermano en el ojo, y no ves la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Quítate primero ese madero de tu ojo, y podrás ver después bien la pajilla que tu hermano lleva en el suyo.
Sin comentarios, vaya… ¿Cuál es la fuente de nuestras críticas a la conducta de los demás? Nuestro orgullo nos cierra los ojos. No nos conocemos a nosotros mismos. Y no nos damos cuenta de que todos los defectos que criticamos en los demás los llevamos nosotros duplicados, o, por usar una fórmula de las clases, los defectos propios los tenemos elevados a la enésima potencia… Ni los demás son lo malos que decimos, ni nosotros somos lo buenos que nos imaginamos.
El cuarto punto propuesto por Jesús es célebre dentro de su doctrina:
– El árbol bueno no produce frutos malos, ni el árbol malo nos da frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. Pues no se cosechan higos de las espinas ni uvas de las zarzas…
¿Cuál es la ley del cristiano? Los judíos del tiempo de Jesús cifraban toda la Ley en la letra de lo escrito por Moisés.
Jesús sintetiza toda la Ley en el corazón. Nosotros, leyendo el Evangelio y San Pablo, sabemos también sintetizarla en unas preguntas y respuestas muy claras para el creyente:
* ¿Tengo fe y llevo el Espíritu Santo dentro de mi? Todo mi proceder será santo, y no quebrantaré ni un solo mandamiento.
¿No llevo dentro el Espíritu de Dios? No podré extrañarme entonces de que el mal se acumule en mi vida.
Mi corazón es el que manda. ¿Cómo tengo el corazón? ¿Qué pienso? ¿Qué quiero? ¿Qué amo?…
Este es el Jesús del Evangelio. Exige mucho más que la ley. Y no nos da para la enfermedad remedios fáciles que no curan.
Nos ofrece la salud completa sin tener que recurrir a medicinas ocasionales que no nos harían nada. Nos viene a decir:
* ¿Tienes sano el corazón? No te preocupes de nada más. Miras con ojos muy limpios, y ni eres ciego ni guías a ciegos. Tienes la sabiduría divina de los mejores maestros. Y en vez de mirar en tus hermanos pajillas molestas, no ves en ellos más que jardines floridos que hacen tus delicias…
Jesús pide y manda como nadie, y a nadie ofende ni nadie se puede quejar. ¡Qué elegancia y qué finura las del Maestro Jesús!…
P. Pedro García, CMF.