Yo no sé las veces que hoy se tomará el Evangelio de este Domingo, en su segunda parte, como tema de reflexión.
Y la verdad es que está muy justificada la elección de esta página programática del Evangelio de Lucas. Aunque no solemos hacer tanto caso de la primera parte, y eso que es bella y aleccionadora en grado sumo.
Nosotros nos vamos a fijar en las dos partes, empezando por la segunda.
Jesús quiere iniciar su ministerio de Galilea, y empieza con una visita a su pueblecito de Nazaret. Se reúne el sábado toda la gente en la sinagoga. Jesús es invitado por el rabino a decir alguna palabra de edificación a sus paisanos, y le sale en el rollo la lectura del profeta Isaías:
– El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, y me manda a anunciar a los pobres el mensaje de la salvación; a proclamar a los presos su liberación y a devolver la vista a los ciegos, a dar a los oprimidos la libertad y a predicar el año de gracia del Señor.
Repetimos tanto estas palabras porque ésta es la misión de la Iglesia, igual que lo fue para Jesús. La Iglesia siente el imperativo de Dios:
* Anda, y predica a los pobres que se acabó su miseria, porque yo haré reinar la justicia y el amor.
Anda, y anuncia a los ciegos que van a ver, porque a todos les voy a infundir mi fe.
Anda, y diles a todos los oprimidos que les llega el día de la libertad.
Anda, y proclama que ha llegado el día de la salvación para todos: que voy a barrer la inmundicia del pecado; que Satanás, el príncipe de este mundo, va a ser echado fuera; que llega el Reinado de Dios; que se os abren a todos las puertas del Cielo.
La liberación que nos trae el Hijo de Dios no es la sociopolítica, sino la liberación del pecado y la salvación para todos los pobres de espíritu, que se ven necesitados de Dios.
Pero la liberación de cualquier esclavitud sociopolítica, como es el optar preferentemente por los pobres y trabajar por ellos, es el signo de su misión divina, como lo será para su Iglesia.
El signo que la Iglesia da de su misión es precisamente éste: empezar por la evangelización de los pobres, por la implantación de la justicia, por el remedio eficaz a los males que el mundo sufre.
Un Padre Pío y una Madre Teresa de Calcuta han dado en nuestros días el mayor testimonio de la misión divina de la Iglesia.
El Padre Pío no pudo ocultar la reproducción de las Llagas de Cristo en sus manos. Pero la gran demostración de su santidad ha sido y sigue siendo el enorme complejo de su convento donde se atiende a innumerables enfermos y pobres.
La Madre Teresa, sin milagros llamativos, pero con su darse a los más pobres entre los pobres, ha sido la mayor evangelizadora que nos ha tocado conocer.
Pero el Evangelio de hoy empieza con el principio mismo de Lucas. ¿Cómo y para qué escribió Lucas su Evangelio?
Lucas nos dice cómo lo ha hecho. Ha preguntado. Ha consultado con todos los que ha podido. Ha recogido todos los apuntes que ya existían sobre las palabras y los hechos del Señor. No ha dejado piedra por remover. Y el fruto de su trabajo ha sido darnos el libro más hermoso que ha salido de pluma humana, hasta con un estilo literario elegante.
En este libro destaca sobre todo la bondad, la misericordia, la compasión de Jesucristo con los más pobres, los pecadores, y la elegancia del Señor con la mujer, tan marginada en el ambiente cultural de aquel tiempo. Y lo ha trabajado así, nos dice el mismo Lucas, para que nuestra fe tenga un fundamento sólido y sepa a qué atenerse en las dudas.
¡Qué lección la que nos enseña Lucas en este prólogo de su libro!
El Evangelio no se le cae de las manos al cristiano. Lo lee continuamente. Lo medita. Se apasiona por él. Como lo hacían aquellos creyentes de la Iglesia primitiva, a los que Lucas mareó hasta que le proporcionaron todos los datos recogidos de la vida del Señor.
El cristiano de hoy actúa con el Evangelio como lo hacía María, la gran creyente, descrita por Lucas como la mujer y Madre que no hacía más que revolver y revolver en su mente y corazón todo lo que veía en su Hijo Jesús.
El cristiano sabe tomar el Evangelio y, leído un párrafo cualquiera, un hecho o una simple palabra del Señor, le da vueltas y vueltas en su mente; se inflama en el amor a Jesucristo; entabla con Él amigable conversación sobre lo que ha leído; compara su vida con el ideal que le propone el Señor; se examina, resuelve y se lanza a reproducirlo en la monotonía de la vida, que, desde este momento, deja de ser rutinaria porque se convierte en una vida casi idéntica a la de Jesucristo.
Hoy aprendemos unas lecciones apasionantes de verdad.
¿No nos interesa Jesucristo, conocido y amado como por los primeros cristianos, que no perdían un detalle de su vida?…
¿No nos interesan los pobres, tan amados de Dios, los primeros destinatarios del Evangelio?
¿Y podemos desconfiar los pecadores, ¡todos nosotros!, cuando tenemos un Salvador y Liberador que nos ama como nos enseña Lucas, el cual ha merecido ser llamado El Secretario de la mansedumbre de Cristo?…
P. Pedro García, CMF.