¿Quién es el guapo que se presenta ante Dios exigiendo derechos?… A nosotros nos parece que esto no se ha dado nunca, pero nos basta abrir la Biblia para encontrarnos con muchos casos.
Como el de Jonás, que se le enfrenta a Dios y le reclama enfadado: -¿Por qué has perdonado a Nínive y no le has castigado como le habías amenazado? ¿Para eso me expuse yo a la muerte cuando fui allí?…
El hermano mayor de la parábola se niega a entrar en casa porque el padre, imagen de Dios, acoge al hijo pródigo y le celebra un banquete…
Hasta Pedro se atreve a decirle a Jesús: -Y a nosotros, ¿Qué nos vas a dar, después que hemos dejado todo por ti? …
Los judíos pensaban que, por ser el pueblo elegido, tenían derecho ante Dios sobre los pueblos paganos, y ahora venía Jesús y llamaba a todos por igual.
Ha sido siempre mala cosa presentar derechos ante Dios. Porque Dios no nos debe nada, mientras que nosotros debemos a Dios todo lo que somos y tenemos.
La respuesta de Dios para todos los que presumen de derechos ante Él, podrían ser estas palabras de Jesús: -Y después de haber cumplido ustedes con su trabajo, digan: Somos unos criados inútiles; sólo hemos hecho lo que debíamos hacer.
Pero Jesús nos va a enseñar a todos esta lección con una de sus famosas parábolas. Y así, nos cuenta lo que le pasó a aquel propietario con sus jornaleros.
Sale a primera hora por la mañana al parque, y contrata a unos trabajadores por un denario la jornada. A las nueve de la mañana hace lo mismo con otros desocupados, sin decirles más que esto:
– Vayan ustedes a trabajar también a mi viña, y al final les daré lo que sea justo. Repite las visitas al parque a las once y a las tres de la tarde. Aún tiene el humor de salir a las cinco de la tarde, y encuentra a otros que están allí parados sin hacer nada.
– Pero, ¿Qué están haciendo aquí, todo el día ociosos?
– Nosotros ya quisiéramos trabajo, pero nadie nos ha contratado.
– Bueno, vayan también ustedes a mi viña, y ya veré lo que les puedo pagar. Algo quedará también para ustedes.
Acabada la jornada, llama al administrador y le encarga:
– Entrega la paga a los trabajadores, un denario a cada uno, empezando por los últimos.
Al ver los primeros que los últimos recibían un denario, se pusieron contentos por demás: ¡pues vaya paga la que nos va a dar a nosotros! A denario la hora, nos van a tocar diez…
Poco les duró la alegría, porque al llegar ellos recibieron también un solo denario. Ante semejante actitud del amo, el más atrevido se le enfrenta:
– ¿De modo que éstos han trabajado sólo una hora, y les das el mismo jornal que a nosotros, que hemos aguantado el peso de todo el día y del calor? ¡No hay derecho!…
Pero el dueño, muy tranquilo:
– Amigo, yo no te hago ninguna injuria. ¿No te contrataste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo. Si a éstos les quiero dar igual que a ti, ¿a ti qué te importa? ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que yo quiera? ¿O es que tú has de ser envidioso porque yo soy bueno?…
Jesús concluye con unas palabras aleccionadoras, capaces de mantenernos siempre en una actitud de profunda humildad delante de Dios:
– De esta manera, los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos.
¿Qué nos dice Jesús con esta parábola y qué lección sacamos nosotros para nuestra propia vida?…
Los hombres tenemos una justicia muy nuestra, y Dios tiene una justicia muy suya.
La nuestra se funda en el deber: a cada uno hay que darle lo que merece. Y la justicia de Dios se funda en la bondad: da a cada uno lo que quiere, porque no debe nada a nadie y todo lo que Dios da es puro regalo.
Como los judíos habían sido llamados los primeros al Reino, pensaban que Dios era injusto al abrir las puertas del Reino a los demás pueblos. Pero, ¿Qué resultó? Que los paganos creyeron y entraron los primeros, y el pueblo judío también entrará, porque Dios es fiel a su promesa, pero va a ser el último, porque llegará un día en que reconocerá a Jesús como el Cristo de Dios. Este es el sentido de la parábola.
Pero en la vida cristiana hemos aplicado esta parábola a toda relación de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, cada uno en particular.
Dios da su gracia y sus dones a cada uno como mejor le parece a Él. A nadie debe nada. Todo lo que tenemos es puro regalo de su bondad. Entonces, la envidia no cabe en nuestras almas.
Al final de la jornada de la vida, el sueldo que Dios va a entregar a todos es el mismo Cielo para todos, y allí entrarán por igual el mayor santo y el pecador más grande, aunque su arrepentimiento y conversión haya sido a última hora, en el último suspiro.
Y todos cada uno con el peso de gloria que Dios le dé nos sentiremos felicísimos y alabaremos y agradeceremos la bondad inmensa de Dios.
La diferencia en la mayor felicidad de los grandes santos estará en que ellos, con mayor esfuerzo y con más fidelidad a la gracia de Dios, fueron aumentando cada vez más su capacidad durante esta vida.
Ya se ve con esto que Dios es justo con todos, y que sobre su justicia está siempre la inmensidad de su generosidad, que no conoce límites.
¡Qué bueno es Dios!
¡Y qué dichosos seremos en el Reino del Cielo cuando todos nos veamos metidos en la misma gloria, sin envidias posibles, gozando cada uno con la felicidad de los otros como de felicidad propia!
Todos seremos tan diferentes, y todos estaremos tan unidos.
Nos espera algo grande, ya lo veremos…
P. Pedro García, CMF.