La vida de la Iglesia no iba a ser fácil. Jesús lo sabía desde un principio, y hoy oímos cómo Jesús infunde valor en los suyos.
La suerte de la Iglesia será como la de Jesús: primero, la crucifixión; después, una resurrección a vida inmortal.
Por eso, las palabras de Jesús son estimulantes de verdad:
-Anunciar el Evangelio es un deber, porque no tiene que quedar escondido. Yo se lo enseño a ustedes medio en secreto, aquí, en el grupo, como entre sombras. Ustedes, anúncienlo a plena luz desde las azoteas.

Jesús es consciente de que el Evangelio chocará con el mundo y que vendrá la persecución. Por eso nos va repitiendo estas expresiones:
– ¡No teman!… ¡No tengan miedo!… ¡Fuera temores!…
Cuando se nos eche encima la persecución, habremos de pensar en estas palabras de Jesús:
– ¿Qué les pueden hacer esos que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma? El único que les puede dar miedo es Dios, porque, si no cumplen con su deber, puede echarlos en cuerpo y alma en la condenación.
Jesús sabe valorarnos, y nos anima con comparaciones tan bellas como éstas:
– Vayan al mercado y miren cómo un par de pajaritos se venden por unos centavos. Sin embargo, ninguno de ellos ha caído en tierra sin permiso de su Padre celestial; igualmente, los cabellos de su cabeza, que están contados todos uno por uno. ¡Y ustedes valen inmensamente más que muchos pájaros!
Jesús sabe que no todos van a ser valientes cuando venga el peligro. Por eso, añade unas palabras de mucho coraje:
– A quien me reconozca a mí y me confiese delante de los hombres, a ése lo reconoceré también yo como mío delante de mi Padre celestial.
Sin embargo, añade estas otras de aviso muy serio:
– Pero, a quien me niegue a mí delante de los hombres, también lo negaré yo delante de mi Padre que está en los cielos.

Este Jesús del Evangelio es formidable. No hay un líder que se le pueda comparar ni de lejos. Ofrece la persecución a los suyos digamos mejor que la anuncia, pues no es que Jesús quiera la lucha, y, en vez de asustar, mete en el espíritu unos ánimos de héroes, cuando les dice:
– Si a mí me han perseguido, lo harán también con ustedes… Pero no teman, mi pequeñito rebaño… ¡Y dichosos vosotros cuando los persigan por causa mía, porque será suyo el Reino de los Cielos!…

¿Iban dirigidas estas palabras a los apóstoles solamente o son para todos nosotros?
No lo dudemos: son para la Iglesia de todos los tiempos.
Al ser la Iglesia Católica fiel a Jesucristo en el anuncio de la Verdad, le vienen siempre encima las consecuencias obligadas.
Pero los perseguidos son quienes salvan al mundo con Jesucristo, unidos como están a su pasión redentora.

¿Queremos un ejemplo admirable, regalado por Dios en nuestros días a la Iglesia, y muy bien conocido de todos nosotros?… Lo tenemos en el Papa Juan Pablo II. Dios lo escogió para dar fin al siglo XX y abrir el Tercer Milenio. Todo un pontificado sellado por la cruz. La bala asesina no le quitó la vida por verdadero milagro.
Aquel 13 de Mayo, todos atribuimos la supervivencia del Papa a la Virgen de Fátima. Hubo médicos norteamericanos que aseguraron:
– Si son ciertos los partes de los Doctores italianos, el Papa no puede sobrevivir.
Y sobrevivió, pero con una cruz encima que iba a signar para siempre sus largos años de Pastor de la Iglesia. Cuando el asesino, musulmán, recibe en la cárcel la visita del Cardenal Vicario para una primera información, pregunta inquieto:
– ¿Quién es esa Fátima que ha salvado al Papa? Porque yo sé disparar bien y tiré a matar.
Estas palabras son el testimonio de un perseguidor que se convierte en el mejor panegirista…
Jesucristo le ofrecía a su Vicario la cruz, una cruz muy pesada, y el Papa la aceptó con generosidad y valentía. En su centenar de viajes apostólicos pasearía por todas partes la Cruz de Cristo con pasmo y edificación de todo el mundo. Cada viaje era un sujetarse más fuerte en el madero.
Juan Pablo II, perseguido a balazos por el comunismo ateo que se tambaleaba. Admirado por todos, pero también criticado por quienes no han aceptado nunca la austeridad del Evangelio, que pide respeto a la vida, honestidad en el amor y justicia en la sociedad. Un mártir viviente, un testigo excepcional de Jesucristo, tal como lo describe el Evangelio de hoy…

Y como este Papa excepcional, ha habido en la Iglesia todo un ejército de hombres valientes, que han sabido unir el martirio al apostolado más fecundo. ¿Podemos citar a nuestro Monseñor Romero?…

¡Señor Jesucristo!
Tú sabes que la persecución no da miedo a tu Iglesia.
Guarda y sostén en la prueba a los hermanos que se tambalean en su fe.
Humildes siempre, pero danos el orgullo santo de pertenecer a una Iglesia signada con la Cruz e iluminada con los esplendores de la Resurrección…

P. Pedro García, CMF.