Toda la Iglesia estalla hoy en júbilo al celebrar la fiesta de San Pedro y de San Pablo.
Cuando la Roma Imperial dominaba el mundo y el César era adorado como un dios, ¿Quién se hubiera creído en la Urbe que aquellos dos pobres hombres, mandados a matar por Nerón, el esclavo Pedro y el rebelde Pablo, iban a desplazar de la Capital del Imperio y para siempre a sus divinos emperadores?…
Esta es la realidad histórica que hoy contempla el mundo.
El pescador procedente del lago de Galilea, un esclavo que no tiene la ciudadanía romana y que muere crucificado, se convierte en el centro de Roma, que, gracias a él, es llamada la Ciudad Eterna.
El rebelde Pablo, maestro de una doctrina judía inaceptable, pero ciudadano romano, es pasado al filo de la espada. Sin embargo, sus enseñanzas siguen predicándose allí, donde ya no se oyen más los discursos de los grandes oradores romanos.
¿Quiénes son estos dos personajes que así dominan la Historia y cuya memoria desafía los siglos?…
Debemos dejarnos de entusiasmos retóricos, para ver en Pedro y en Pablo la grandiosa sencillez de las obras de Dios.
Pedro es la Roca en la que Jesucristo ha querido fundamentar su Iglesia.
Pablo, es el apóstol elegido para llevar el nombre de Jesús a todas las gentes, y el Maestro que ha interpretado como nadie la doctrina del Evangelio.
Cuando leemos los Evangelios nos sale a cada paso el nombre de Simón, el pescador, a quien Jesús llama desde un principio Cefas, Roca, Piedra, Pedro… Jesús lo distingue entre los demás apóstoles, porque lo elige y designa para Vicario suyo.
Pedro tiene una personalidad muy rica. De temperamento ardiente y decidido, se entrega al querido Maestro con una generosidad cautivadora. No le cabe en la cabeza el que se le pueda abandonar. Cuando todos dudan de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, Pedro hace su bella confesión:
– Señor, ¿y a quién vamos a ir, si te dejamos a ti?
En la Ultima Cena está a punto de cometer un disparate con el traidor si llega a saber su nombre… Y cuando ha caído tan lamentablemente aquella noche negando a Jesús por tres veces, ¡hay que ver qué amargamente llora su debilidad!
Después repetirá a Jesús su triple protesta de amor, que será para nosotros una lección perenne:
– ¡Señor, tú sabes que yo te quiero!
Y Jesús le confirmará su promesa de hacerle Vicario suyo y Roca visible de toda la Iglesia:
– Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Pedro va a demostrar el amor al Maestro desde este momento entregándose del todo a los intereses de Jesús, que son las almas de sus hermanos.
Pablo es otra personalidad de excepción y una de las figuras cumbres de la humanidad.
Dentro de la Iglesia, Pablo será el gran amante de Jesucristo y el Apóstol por antonomasia. Elegido por el Señor, que se le aparece a las puertas de Damasco y lo convierte de perseguidor de la Iglesia en apóstol de fuego, Pablo se gloriará después: “Soy el menor de los apóstoles, y, sin embargo, he trabajado más que todos ellos, pues he llenado todo con el Evangelio de Jesucristo”.
Sus cartas a las Iglesias lo han convertido en el máximo Doctor de la fe cristiana, y su amor a Jesucristo no tiene par, resumido en esas dos expresiones suyas: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”… “¡Maldito quien no ame a nuestro Señor Jesucristo!”…
Nada extraño en quien decía de sí mismo: “Mi vivir es Cristo… Porque vivo yo, pero es que ya no soy quien vive, sino que es Jesucristo quien vive en mí”.
En realidad, podríamos pasarnos horas hablando de estos colosos de la Iglesia. Sin embargo, todo lo podemos reducir a una sola cosa: a su amor inmenso a Jesucristo. En esto no tienen par. Y quien quiere amar a Jesucristo como nadie, siempre se dice lo mismo: Como Pedro… como Pablo… Muchos añadirán: Como Juan… Y a fe, que “el discípulo a quien Jesús amaba” no dará nunca celos a los dos Apóstoles que Jesús escogió como las dos columnas más robustas de su Iglesia…
Nosotros entendemos esto muy bien, y en este día no tenemos más ilusión ni otro propósito que amar a Jesucristo como lo amaron estos gigantes: con el ardor de Pedro, la pasión de Pablo y la intimidad de su gran amigo Juan… El mensaje de Pedro y Pablo para todos nosotros, para la Iglesia entera, no pasa nunca, no puede pasar jamás.
Porque es la esencia misma del Evangelio: amar a Jesucristo, amarlo apasionadamente, hacer algo por Él, gastar la vida entera en servicio del Evangelio para hacer a los hermanos el mayor bien imaginable, como es llevarles a todos el beneficio de la salvación.
¡Señor Jesucristo! ¡Qué orgulloso debes estar de estos dos apóstoles tuyos, de Pedro y de Pablo!
Nosotros te felicitamos por ellos.
Y te pedimos que enciendas en nosotros ese amor que a ellos los abrasó. Porque sólo queremos amarte, amarte con pasión, sin más recompensa por amarte que amarte cada vez más…
P. Pedro García, CMF.