Domingo 7 de mayo de 2016
Ascensión del Señor
Lucas 24, 46-53: “Ustedes son testigos de todo esto”

Queridos hermanos y hermanas en el Señor, que la fuerza del Resucitado les anime cada día a dar testimonio de las obras que el amor eterno ha realizado en sus vidas.

Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Como Iglesia hacemos memoria de la partida de Jesús hacia la casa del Padre y, a la vez, iniciamos un tiempo de profunda oración para pedir, como los primeros cristianos, el don del Espíritu Santo prometido por el Señor.

En el texto de Lucas que se proclama en la liturgia, Jesús recuerda a sus discípulos cómo su vida entregada y sacrificada correspondió al plan amoroso de Dios Padre sobre la humanidad. La misión del Mesías en esta tierra fue manifestación de la misericordia del Dios que libera, dignifica, perdona y salva. Con la partida del Maestro, los discípulos nos convertimos en continuadores de su obra, en el ejercicio de arrancar las raíces del mal y en el anuncio de la buena noticia del Reino. La comunidad de los discípulos quedó constituida en la ascensión como la comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para proseguir su misión.

También en el texto Jesús promete a los discípulos la fuerza de lo alto, al Espíritu Santo que les revestirá de autoridad para ser sus mensajeros. El Espíritu Santo nos habita interiormente y es quien nos mueve a ser memoria viviente en nuestro mundo de las palabras y las acciones de Jesús. Es el Espíritu el que transforma con su fuego las situaciones de dolor, pecado y extravío en vida nueva. Él clama en nosotros “Abba, Padre”, convirtiéndonos en hijos e hijas de Dios, y nos abre el camino para fundar una gran familia establecida no en la carne o en la sangre, sino en el amor divino.

Pidamos al Señor que avive en nosotros la pasión de continuar su obra. Quizás el desánimo o la prueba nos han hecho renunciar a la misión. ¡Cuántos se han alejado la Iglesia por capricho personal o por el mal testimonio de los hermanos! Hoy la Palabra enciende la señal de alerta para los seguidores del Señor: tenemos un compromiso con Él, con la vida, con las familias, somos mensajeros de la reconciliación y antorchas del Espíritu en la sociedad. La alegría de anunciar y testimoniar el Reino no puede sustituirse por nada. Ojalá al final de nuestra vida presentemos al Señor Jesús no nuestras manos limpias y puras, sino un manojo de nombres e historias redimidas con nuestra humilde colaboración.

Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.