Domingo 4 de Octubre de 2015
27º Domingo Ordinario
San Marcos 10, 2-16: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”
Estimados hermanos. Un nuevo domingo nos amanece y la luz de Dios nos abre paso a la posibilidad de ser mejores personas y mejores familias. Que este día sea aprovechado por nosotros para recibir la gracia de Dios.
En el Evangelio de hoy se aborda el tema del divorcio, ya controversial en el Israel de los tiempos de Jesús. Los fariseos, queriendo poner a prueba al Maestro de Nazaret, preguntan si es lícito que el hombre se divorcie de su mujer o no. Jesús remitiéndose al Génesis, señala que es en el matrimonio donde Dios trazó el camino de humanización para el varón y la mujer. “Dejar la propia casa”, “unirse al cónyuge”, “dejar de ser dos”, son expresiones que nos hablan de cómo el ser humano es capaz de renunciar a su propio ego para comprometerse en el amor.
El adulterio, el divorcio, el repudio de la mujer son distorsiones en la relación matrimonial que frustran del proyecto de Dios. Por eso Jesús, el nuevo Moisés, nos coloca en la órbita del amor gratuito y desinteresado; nos llama a ser como los niños que confían y esperan todo de sus padres, que aman con sinceridad y que aún no tienen desarrollada en sí la semilla del egoísmo, raíz del pecado. El Evangelio de Jesús plenifica el amor conyugal.
Nuestra sociedad es alérgica al compromiso. Muchas parejas ni siquiera se plantean el matrimonio eclesiástico; y viven sin fundamento, sin raíz. Las estadísticas son la mejor muestra de que el amor sin compromiso no tiene un futuro prometedor. E igual, un matrimonio sacramental sin fidelidad deshumaniza, violenta y está destinado al fracaso.
Hoy Jesús quiere tocar las fibras del corazón para humanizarnos, comprometernos y llevarnos a la felicidad. Ser fieles nos hace mejores seres humanos. Amar con amor exclusivo a la pareja prepara un futuro menos riguroso y solitario. Por eso, hay que cultivar el amor conyugal en los pequeños detalles, en la solidaridad, el cariño y el perdón.
A las parejas que les ha tocado vivir la pena del divorcio, Dios les sigue comunicando su Palabra y bendición. La Iglesia, como madre, quiere sanar las heridas surcadas en el alma de estas personas con el bálsamo de oración y el calor comunitario. Todos, como hijos e hijas de Dios, estamos llamados a ser buenos pastores y acoger a estos hermanos y hermanas que les ha tocado modificar sus vidas por la separación. Demostremos la calidad de nuestro amor cristiano y seamos compasivos como nuestro Padre del cielo es compasivo.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.