El Evangelio de este domingo nos propone una parábola de Jesús que va dirigida directamente a los judíos, pero que desemboca en la actividad misionera de la Iglesia, a la vez que nos advierte muy seriamente sobre nuestra responsabilidad cristiana.
Jesús les cuenta a sus adversarios, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, lo que le pasó al dueño de una viña.
La plantó ilusionado con cepas jóvenes. Para defenderla mejor de los ladrones, la rodeó con una cerca, construyó un lagar para producir allí mismo el vino, levantó una torre para los viñadores, y se la entregó a éstos lleno de confianza. La viña iba creciendo preciosa. Vinieron las primeras uvas y se prometía una cosecha abundante. Así fue. Y el amo, ilusionado del todo, mandó a sus criados para recoger el codiciado vino que se había elaborado en aquella bodega. Pero los viñadores, apenas vieron llegar a los criados, se dijeron unos a otros:
– ¿Y vamos a ser nosotros tan tontos que les entreguemos la cosecha?… ¡Ni por asomo! ¡Aquí no entran!…
Y, dicho y hecho, a uno lo molieron a golpes, a otro lo apedrearon, a otro lo mataron.
Al enterarse el dueño, hizo bien los cálculos y mandó un grupo más numeroso de criados, bien prevenidos. Pero los viñadores se habían prevenido también y estaban al tanto. Ahora salieron en plan de batalla casi, y los enviados corrieron la misma suerte que los anteriores. No quedó ni uno con vida.
Casi en el desespero, el dueño se dijo:
– Ya que no hay otra solución, mandaré a mi propio hijo. Al menos a él lo respetarán.
Pero los viñadores, apenas lo vieron, se dijeron entre sí:
– Éste es el heredero. ¡Venga, lo matamos, y nos quedamos nosotros con la viña para siempre!
Y tal como lo pensaron, así lo hicieron. El muchacho quedaba tendido allí en la entrada…
Jesús no saca por sí mismo la conclusión, sino que espera se la den sus propios oyentes:
– Ante estos hechos, ¿Qué les parece que va a hacer el amo de la viña?
Fariseos, letrados y jefes del pueblo, respondieron como debían:
– Naturalmente, que hará morir de manera miserable a esos malvados y confiará la viña a otros trabajadores, los cuales le entregarán la cosecha a su debido tiempo.
Los enemigos de Jesús han caído en la trampa con sus propias palabras. Los viñadores criminales eran ellos mismos, que, después que sus antecesores habían matado a tantos profetas, ahora iban ellos mismos a matar al Hijo del Dueño. De modo que Jesús les replica:
– ¿No han leído nunca en la Escritura que la piedra rechazada por los arquitectos ha llegado a ser la piedra angular de todo el edificio?… Por eso les digo, que se les quitará a ustedes el Reino de Dios, y se entregará a otro pueblo que lo hará fructificar abundantemente.
La parábola es muy fuerte. El Reino de Dios pasó de Israel a los pueblos paganos, que lo acogieron, y de estos pueblos se formó la Iglesia.
Esta es la historia. La profecía de Jesús, cumplida al pie de la letra. Aunque es cierto también ─según la palabra de Jesús y nos lo asegura tan categóricamente San Pablo─, que un día el pueblo judío, el pueblo elegido y tan amado de Dios, reconocerá a Jesús como el Cristo y será el más avanzado del nuevo Israel de Dios.
A nosotros, los hijos de la Iglesia, Jesús nos echa la misma responsabilidad que tenían los judíos de su tiempo. La parábola nos lo dice claro.
Por una parte, la Iglesia tiene la misión que tenía Israel de hacer llegar a todo el mundo el Reino de Dios. La Iglesia debe ser misionera.
Por otra, la Iglesia debe ser fiel a Jesucristo, abundando en frutos de santidad, como lo espera Dios. Los hijos de la Iglesia debemos ser santos.
La Iglesia debe anunciar a todo el mundo que Jesucristo, el que fue crucificado, es ahora el Resucitado y el Salvador del mundo. Debe llevar a todos el anuncio de la salvación que trae Jesucristo, desmintiendo a todos los que vienen con otros mesianismos distintos del de Jesucristo. Jesucristo es la última palabra de Dios, y no se ha dado ni se dará a los hombres otro Nombre con el que puedan ser salvos.
Todo esto lo sabemos muy bien. Y aquí vemos la obligación que tenemos de ser apóstoles. Cada bautizado siente la responsabilidad de colaborar con la acción misionera de la Iglesia. Apóstol en la propia Parroquia. Apóstol en la Asociación o Movimiento en el que milita. Apóstol en el propio ambiente. Ilusión de llevar a todos los hermanos hacia Jesucristo, especialmente a los que más lo necesitan. Una palabrita, un consejito, un buen ejemplo pueden realizar maravillas…
Con una expresión muy típica de esta parábola ─“producir frutos”- nos dice Jesús la obligación que tenemos de ser santos. Si no producimos frutos de santidad, ¿Qué otros frutos vamos a producir? Y si nuestras comunidades cristianas no son santas, ¿no corremos el peligro de que el Reino sea trasladado a otros campos más feraces, más productivos?… Por algo el Concilio nos recordó a todos a los laicos especialmente la obligación que tenemos de ser santos. Sólo así iremos transformando la masa desde dentro, como un fermento que lo invade y lo cambia todo.
¡Señor Jesucristo!
Con las palabras que hoy nos has dirigido vienes a suscitar en nosotros el sentido de responsabilidad. ¿Somos santos? ¿Somos apóstoles? Si no fuéramos ni una cosa ni otra, no responderíamos a nuestra vocación cristiana.
Por el contrario, si somos santos y apóstoles, ¡hay que ver los frutos de vida eterna que producimos! ¡hay que ver el bien que hacemos en el mundo!…
P. Pedro García, CMF.