Domingo 29 de Julio de 2018
17º Domingo Ordinario
San Juan 6,1-15: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados”

Estimados hermanos, un saludo afectuoso para cada uno de ustedes. Que el Señor se manifieste cada día en sus familias con la fuerza de su amor.

En el Evangelio de este domingo San Juan nos relata cómo Jesús recorre la provincia de Galilea anunciando la Buena Noticia del Reino. Una multitud ha descubierto en Jesús al gran profeta venido de Dios; sus palabras han hecho resurgir la esperanza en el pueblo en medio de la situación de miseria, enfermedad y exclusión que vivía. El Señor ve en esta multitud a un gran rebaño sin pastor, hambriento, sin lo básico para vivir como seres humanos.

Jesús pregunta capciosamente a Felipe dónde se podrá comprar pan para toda esa gente. El apóstol responde como un buen economista: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”. Andrés, por su parte, lleva ante Jesús un niño que tiene cinco panes y dos pescados; sin embargo, no es capaz de vislumbrar que puede hacer Jesús con tan poco alimento. La mente de los apóstoles aún se mantiene enceguecida según los esquemas del mundo egoísta y mercantilista. Es por eso que Jesús, a partir de la generosidad de un niño, realiza el signo de la abundancia de pan y de peces que sacia el hambre de la multitud. De un gesto sencillo venido de un pequeño Jesús logra enseñar a sus apóstoles cómo Dios manifiesta su gloria: no es el dinero el que dará respuesta al hambre de nuestro mundo, sino el ejercicio de la solidaridad humana.

Las estadísticas globales nos muestran que el hambre de nuestro mundo se multiplica cada vez más. A pesar de que hay suficientes recursos en la Tierra para que todos vivamos bien, el espíritu del acaparamiento y del egoísmo ciego impide la justa distribución de los bienes que Dios ha creado para todos sus hijos. Nuestra vocación cristiana pasa necesariamente, según el espíritu de Jesús, por la creación de un espíritu de solidaridad que aniquile el hambre de tantos seres humanos, hijos e hijas de Dios.

Al interior de nuestras familias debemos forjar en nuestros pequeños el valor del compartir, tanto en el hogar como en aquellas situaciones donde el prójimo esté necesitado. Nada de lo que tengamos en mano nos pertenece, todo proviene de Dios. Nuestras cosas, dones y carismas Dios los ha puesto para que las compartamos. El buen ejemplo que demos a nuestros hijos será el semillero que logrará en el futuro una sociedad más justa, según el pensamiento de Dios. Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.