Hubiera sido muy curioso después de la muerte de Jesús, hacer esta encuesta:
– ¿Quién cree usted que va a triunfar, Roma o ese judío del que ya se habla y que murió en una cruz?
Formulada así la pregunta de la encuesta, hubiera hecho reír a los sabios de Atenas, de Alejandría, de Jerusalén, y, no digamos, a los tribunos de la misma Roma. ¡A quién se le ocurre! ¡Enfrentarse con las legiones romanas, ejércitos que pulverizan todo! ¡Comparar la miseria y flaqueza de un Crucificado con la opulencia del Imperio, dominador de toda la tierra conocida!…
Todos se hubieran reído de pregunta tan sin sentido, menos el inerme puñado de los seguidores de aquel Judío Crucificado, que les dijo:
– ¡Dichosos ustedes, los pobres! ¡Dichosos ustedes los que tienen hambre! ¡Dichosos ustedes, los que lloran! ¡Dichosos ustedes, los que son perseguidos por causa mía!
Los cristianos aquellos sabían que estas palabras de Jesús eran una semilla de fuerza incontenible, y con ellas se enfrentaban a un mundo satisfecho, al que Jesús se dirigía también de manera implacable:
– ¡Ay de ustedes, los ricos! ¡Ay de ustedes, los que están hartos! ¡Hay de ustedes, los que ahora ríen! ¡Ay de ustedes, los perseguidores!…
Jesucristo contraponía dos mundos: el de los pobres que se apoyan en Dios, y triunfarán; y el de los satisfechos de la vida, egoístas y perseguidores, que no necesitan de Dios, y serán un día aplastados por el poder del Dios del Cielo.
Sabemos la historia: el opulento y omnipotente Imperio Romano cayó, y el Cristianismo perseguido se hizo con la victoria. Los de la encuesta se equivocaron todos, y los discípulos de Jesús acertaron con todas las soluciones…

¿Nos dicen algo hoy las palabras de Jesús, tan consoladoras unas, tan terribles las otras?…
Y no cambiamos ni desviamos el sentido de las tremendas expresiones del Señor.
Se ha dicho autorizadamente sobre estas palabras que “hacer del Evangelio un programa o bandera de lucha de clases es o ignorancia o sacrilegio”.
No hace falta retorcer el sentido que tienen en labios del Señor estas palabras para sentir una de estas dos cosas: o nos animamos a todo, o temblamos con verdadero pavor.
Jesucristo llama ¡Dichosos! a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y son perseguidos, porque se fían de Dios y Dios los va a salvar.
Y llama Jesús ¡Infelices! a los ricos sin entrañas, a los satisfechos de la vida que no suspiran por Dios ni por el más allá, y a todos los opresores de los buenos, porque se fían de este mundo y lo van a perder todo.
El pensamiento de Jesús es claro. Va a cambiar radicalmente la suerte de los hombres.
– ¿Unos se fiaron de Dios, lo buscaron, no pusieron su corazón en esta vida que pasa, aguantaron la opresión de los fuertes?… Y si tenían bienes materiales, ¿supieron dar su valor y su puesto a esos bienes de acá, se abrieron al amor de los otros, y se dirigían a Dios, de quien se sentían necesitados, y lo buscaban con recto corazón?
Éstos recibirán en el Reino eterno el colmo de toda felicidad…
– ¿Los otros lo pasaron siempre bien, cerraron sus entrañas al necesitado, reían mientras los otros lloraban, oprimían al débil a fin de acumular cada vez más, se saltaban toda ley divina para disfrutar sin barreras, no les importaba nada el mundo futuro?…
Éstos sufrirán en la otra vida el hambre y la sed terribles de quien ha perdido a ese Dios porque no les importó nada.

Este problema de la felicidad ha sido y es algo que nosotros no tomamos en broma sino muy en serio.
Porque Dios nos ha creado precisamente para ser felices. Por eso nos duele ver sufrir a tantos hombres, hermanos nuestros. ¿Dónde, pues, radica el problema?
Todo es cuestión de criterios al buscarla.
Unos piensan que el gozo está en el poseer cuanto más mejor, y para conseguirlo no perdonan ningún medio y llegan a la injusticia, la opresión, el robo, el asesinato si es preciso…
Equivocación total. La felicidad la poseen quienes miran la vida como algo provisional, transitorio; saben disfrutar de todo sin apegarse a nada, y, lo más importante, miran siempre a Dios, que no les falla nunca…
En la situación actual del mundo se podría reducir todo a estas dos categorías:
– los que buscan a Dios porque lo necesitan,
– y los que prescinden de Dios porque lo tienen todo en una sociedad del bienestar en la que nada les falta.
¿Dios les interesa a los primeros? Dios será suyo. ¿Quieren mayor felicidad?…
¿Dios no les interesa a los otros? Se quedarán sin Dios. ¿Quieren mayor desgracia?…

La carta programática de Jesús, la Constitución del Reino, empieza de una manera muy diferente de la Constitución de cualquier país.
“¡Felices! ¡Desdichados!”…, son las palabras con que inicia Jesús la Constitución del Reino y que enfrentan a dos mundos. ¿Cuál de los dos triunfará? Nosotros buscamos a Dios, sabemos que no nos equivocamos, y vamos repitiendo: “En ti, Señor, he puesto mi confianza, jamás quedaré confundido”…

P. Pedro García, CMF.