¿Cómo va a ser el Cielo que esperamos?… El mes de Noviembre lo empezamos siempre con esas dos fechas tan entrañables de la fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos.
En estos dos días nuestro pensamiento, naturalmente, queda clavado en la vida eterna. Suspiramos por el Cielo. Pero, nos seguimos preguntando:
– ¿Y cómo será el Cielo?…
El Evangelio de este Domingo es muy aleccionador al respecto.
Los judíos del tiempo de Jesús entendían la vida eterna de una manera muy material, muy crasa, como hoy los musulmanes: todo iba a ser como los placeres de aquí: espléndidos e interminables banquetes, mujeres estupendas para ellos…, y para ellas hombres magníficos, desde luego…
Siendo esto así, tal como lo entendían los fariseos, vienen los saduceos, una secta que negaba la resurrección, y le proponen a Jesús una cuestión estúpida, con la cual pretendían dejarle en ridículo, pues Jesús aseguraba también la resurrección… Así que le vienen con el cuento.
– Sabes que Moisés dejó establecido en la Ley que, si uno moría sin descendencia, un hermano suyo tomara la viuda como mujer propia y le diera de ella descendencia al hermano difunto. Pues, bien; murió uno, y su hermano tomó consigo a la viuda. Muere este segundo hermano, también sin descendencia…, y a repetir la historia con la viuda. ¡Siete hermanos, y los siete con la misma cuestión!… Cuando venga la resurrección de los muertos, ¿de quién será mujer la viuda, pues la tuvieron como mujer propia los siete?…
Había para divertirse, pero Jesús era más listo que sus contrincantes, y son ellos los que van a quedar en ridículo, cuando les contesta Jesús muy serio:
– ¡Ignorantes! ¡Ciegos! La resurrección existe. ¿No han leído nunca en la Escritura que Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob? Dios es un Dios de vivos, y no de muertos, y lo sería de muertos si esos Patriarcas no estuvieran vivos…
Los saduceos callan avergonzados. Pero Jesús lleva hasta el final la polémica.
– Y ahora, la otra cuestión de las mujeres, en la que demuestran que no conocen para nada el poder de Dios. En la resurrección, ni se casarán los hombres ni serán dadas las mujeres en matrimonio, porque serán todos como los ángeles de Dios.
La proposición burlesca de los saduceos fue para nosotros providencial.
Porque en la Iglesia no ha cabido nunca el error de antiguos judíos ni de actuales musulmanes, sino que tenemos la idea bien clara, propuesta definitivamente por Jesús: acabará la condición actual de nuestros cuerpos, que, al resucitar, serán revestidos de inmortalidad y participarán de las dotes espirituales del alma.
A pesar de que el cuerpo será real y no aparente, ese cuerpo nuestro, resucitado, tendrá las propiedades de los mismos Ángeles.
En el Cielo no habrá necesidad de comer para vivir, ni habrá ya lugar para la reproducción, cuando el número de los elegidos se haya completado para siempre.
El matrimonio, por lo mismo, es provisional.
En el Cielo ya no existirá otro desposorio que el de Jesucristo, único Esposo con su única Esposa la Iglesia glorificada.
¡Saduceos tontos, qué bien que nos hicisteis con vuestra propuesta tan ridícula!…
Ahora, por lo mismo, podemos discurrir sobre nuestra condición en la vida futura, sin caer nosotros en errores tan groseros como han sostenido otras creencias.
Cuando leemos en las vidas de muchos Santos que se han visto trasladados a jardines maravillosos y han gustado manjares exquisitos, y tantas cosas más, y a cual más bella, ya se ve que todo esto no son sino imágenes con que Dios quería representarles delicias para nosotros insospechadas.
No podemos ni imaginar lo que va a ser el Cielo.
El Concilio Vaticano II nos lo propuso, y todo lo que se atrevió a decirnos es: que en el Cielo quedarán satisfechos todos los anhelos del corazón humano.
Se tendrá toda delicia y todo placer de tal manera, que no se podrá desear nada más, porque tendremos la misma felicidad de Dios, participada por los Ángeles y por todos los elegidos.
Veremos a Dios tal como es Él y tal como se ve Sí mismo. ¿Podemos sospechar lo que será esto?..
Contemplaremos la gloria inmensa de Jesucristo, la que dejó bobos a los Apóstoles en el Tabor.
El esplendor de María, de los Ángeles, de todos los Santos y el nuestro propio, será una visión tan fascinante que no la podemos ni barruntar.
Y todo, para siempre, sin que hastíe nunca, sino con delicias cada vez más nuevas…
¡Señor Jesucristo!
Lo saduceos te proponían una dicha muy crasa, absurda y totalmente material.
Tú, en cambio, nos propones y prometes un Cielo muy diferente.
Gracias a ti, Señor, sabemos hacia dónde vamos…
Y esto nos llena de dulce nostalgia, al pensar en la Patria que nos espera, y que enciende en nosotros deseos ardientes de poseer pronto esa dicha que nos haces vislumbrar.
¡Oh bienes del Señor! ¡Y cuándo os poseeremos, oh bienes de nuestro Dios!…
P. Pedro García, CMF.