Domingo 10 de julio de 2016
15º Domingo Ordinario
San Lucas 10,25-37: “Ve, y procede tú de la misma manera”.

Estimados hermanos y hermanas, un saludo afectuoso para sus familias, deseando que el Señor les dé nuevas fuerzas para vivir el Evangelio en la realidad de cada día.

En la Palabra que se proclama este domingo se nos recuerda el camino certero para “heredar la vida eterna”: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús nos ofrece una espiritualidad que tiene un alcance humano y divino; la vida eterna, plena y feliz que inicia en esta tierra se recibe amando a Dios con radicalidad y amando al prójimo, herido en el camino, como a uno mismo. No debemos poner el centro de nuestra experiencia de fe en el cumplimiento de las leyes del culto, en la buena imagen que podamos mostrar a los otros, o en la devoción desligada del amor a los semejantes. La balanza que revela cuán cerca estamos de Dios se equilibra necesariamente amando al prójimo, al ser humano que tenemos cerca, a los despojados de su dignidad y a los que han sido abandonados al margen de los caminos de la historia como desechables. Se trata de un amor sin condiciones ni negociación, un amor natural que surge por el mero hecho de ser “humanos” y que actúa sanando con el aceite del perdón y el vino de la compasión.

En la alianza matrimonial hombre y mujer se unen jurando ante Dios y la Iglesia un amor fiel y perdurable hasta la muerte. En esta entrega libre y realizante se manifiesta lo mejor de los sentimientos del ser humano que nacen de la raíz misma del amor divino. La pareja se compromete a vivir ante la sociedad en un respeto y cuidado mutuo para alcanzar la santidad a la que llama el Señor. Sin embargo, sabemos bien que la institución matrimonial va en declive por la tendencia egoísta e idólatra de nuestro mundo, que pretende unir a las parejas con un amor descomprometido y desechable. La maravilla del matrimonio cristiano es que en la entrega mutua y fiel al cónyuge amado Dios mismo se revela. Los cónyuges que se tomen en serio esta realidad podrán experimentar, amando a su pareja, “carne de su carne”, la fuerza más desbordante que llena de felicidad: Dios mismo. Ese es el secreto de tantos matrimonios que han profesado la fe y han dado al mundo hijos e hijas servidores de la vida y del Evangelio. Ese es el tesoro que debemos comunicar como cristianos a las nuevas generaciones y que será el punto de partida para sanar a nuestra sociedad. Seamos los samaritanos de hoy que movidos por compasión nos detengamos a sanar a aquellas familias que están heridas al margen del camino por el mal. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.