Nos encontramos en el día más emotivo de todo el año. No sabremos quizá explicar lo que nos pasa, pero hoy nuestro corazón experimenta algo inusitado. Parece como si el Corazón de Cristo se vaciase dentro de nosotros y nos hiciera sentir lo mismo que Él en aquella Cena última.
Jamás el corazón humano ha vibrado con sentimientos tan sublimes como ahora el de Jesús, que nos abre de par en par su alma y exclama con vehemente pasión:
– ¡Ardientemente he deseado comer esta pascua con ustedes antes de padecer!
Está sentado a la mesa con los Doce, y comienza a desarrollar los misterios de esta noche sagrada con un gesto que marcará a la Iglesia para siempre.
Se levanta, se ciñe la toalla, toma una palangana llena de agua, y se va arrodillando ante cada uno de los discípulos para lavar los pies a todos. ¿Es posible? ¿Dios humillado de esta manera?
Se arrodilla ante el estupendo e inocente Juan…, ante Santiago el valiente…, ante Bartolomé, el “verdadero israelita en quien no hay engaño”…, ante Pedro el generoso, que se resiste: -¡Tú a mí no me lavas los pies!… Pero eso de que se arrodille ante Judas para darle el último golpe de gracia y a fin de que el desdichado se detenga ante el abismo, eso, eso ya es demasiado… Al terminar, les dice muy serio:
– ¿Han visto lo que yo he hecho? Pues yo, el Señor y el Maestro, les he dado ejemplo para que ustedes se sirvan así los unos a los otros. Y para que lo hagan con todos, con los buenos y con los malos, con los inocentes y con los pecadores, con los que les quieren y con los que les odian, y hasta con los que les traicionan y los van a matar…
Todos callan estupefactos. No entienden eso de que ya están limpios, pero no todos, aunque lo dice sólo por Judas.
Porque ahora toma el pan, lo parte, y se lo da mientras les dice, sereno, aunque no puede con su emoción:
– Tomen y coman, porque esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes.
Les pasa la gran copa, llena de vino, y les invita:
– Tomen y beban, porque ésta es mi sangre, que es derramada por ustedes y por todos.
Jesús está sintiendo, como si lo viera, lo que sus enemigos traman allá fuera en la oscuridad de la noche. Pero se les avanza en sus planes, y se dice a Sí mismo:
– Ellos me quieren sacar del mundo, ¡pues yo no me quiero ir!
Ellos me quieren echar, y yo les respondo: ¡No me voy! ¡Yo me quedo!
Ellos no me quieren ver más, ¡pues yo seguiré aquí presente! Si doy mi cuerpo y mi sangre no es por un instante, en este momento solo, sino para siempre, hasta el fin del mundo. Por eso digo: Hagan esto como memorial mío.
Así piensa Jesús, y así lo realiza. Pablo nos dirá años después: -Háganlo hasta que el Señor vuelva, hasta el final de los siglos.
Jesús hablaba ya entonces a su Iglesia, y nos es muy fácil adivinar su pensamiento:
* Iglesia mía, no quiero que todos los pueblos tengan sus altares y sus sacrificios y tú no los tengas para honrar a Dios: tu altar y tu sacrificio voy a ser yo.
No quiero que te mueras de hambre en tu peregrinación hacia la tierra prometida, y tu pan seré yo mismo.
No quiero que te sientas sola, lejos de mí, pues te amo como el esposo más tierno a la esposa más adorada, y me quedo para siempre contigo, dentro de mi tienda en medio del campamento.
Jesús, Dios cercano. Víctima presente en el Altar. Comida en la Comunión. Compañero en el Sagrario.
No busquemos mayor cercanía de Jesús con nosotros.
Por eso la Eucaristía es el centro obligado de la Iglesia.
Sin Eucaristía sin Jesús presente no hay Iglesia.
Y sin Iglesia no hay Eucaristía, porque sólo dentro de su Iglesia se da Jesús realmente en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Razón tenemos al exclamar: -¡Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!…
Después de darse a nosotros de modo tan admirable e insospechado, Jesús pasa a dictar el gran mandamiento de la Ley nueva, su propio mandamiento, brotado de lo más hondo de su Corazón divino:
– Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado…. En esto distinguirán todos que son discípulos míos, en que se aman los unos a los otros… Esto les mando: que se amen unos a otros.
Amar: el mandamiento más grande. Amar: el mandamiento primero. Amar: el mandamiento más dulce. Amar: el mandamiento más exigente. Amar: el mandamiento que encierra todos los demás mandamientos. Amar: el mandamiento que, bien cumplido, hace que sobren todos los demás.
Y Jesús se lo pide con vehemencia a su Padre en una oración sublime: -¡Padre, que todos sean uno!
¿Le haremos nosotros caso a Jesús? ¿Acabaremos con nuestras divisiones, con nuestras injusticias, con nuestros egoísmos que desgarran el Corazón de Cristo?…
¡Señor Jesús, Maestro que nos sirves! Enséñanos a ayudarnos con generosidad los unos a los otros.
¡Señor Jesús, que nos das tu Cuerpo y tu Sangre en comida y bebida! Danos hambre de ti.
¡Señor Jesús, que nos impones el amor como mandamiento tuyo! Consérvanos siempre unidos.
¡Señor Jesús, que así te nos das en esta noche! También nosotros nos damos del todo a ti.
P. Pedro García, cmf.