La página del Evangelio que hoy nos propone la Iglesia tiene una importancia excepcional, por lo que nos dice sobre el Primado de Pedro y por la confesión que el apóstol, inspirado por Dios, hace sobre la Divinidad de Jesucristo.
Escuchamos una vez más esa relación del Evangelio de Mateo que nos sabemos de memoria, ¡por tantas veces como la oímos en la Iglesia!…
Jesús se aleja hacia los altos confines de Galilea, hasta Cesarea de Filipo, y allí pasa un retiro tranquilo con los Doce, pues se trata de impartirles la lección quizá más importante de su vida.
Todo el pueblo judío estaba que ardía contra la dominación romana. Y todos suspiraban, naturalmente, por un libertador. Jesús, que realizaba prodigios enormes, no se metía para nada en política, respetaba a las autoridades, y en modo alguno hablaba de armas ni de guerras.
Sin embargo, eran muchos los que tenían fijos en Él los ojos para ver si los libraba del yugo opresor.
Después de la multiplicación de los panes, tuvo que escaparse Jesús de entre la turba porque lo querían proclamar rey. Y todos seguían preguntándose: -¿Quién este Jesús?…
Los discípulos no eran una excepción en estas sospechas. Pero Jesús no manifestaba abiertamente su condición ni sus intenciones.
Así las cosas, ahora que está solo con los Doce, les pregunta en la intimidad y con una sonrisa cariñosa, cargada con un poquito de malicia:
– ¿Quién dice la gente que soy yo?
Se anima la discusión. Todos tienen sus sospechas, pero no se atreven a expresarlas con claridad. Y van barajando nombres:
– Hay quienes dicen que eres Juan el Bautista, que ha resucitado… Otros creen que eres Elías, que vuelve a la tierra después de tantos siglos, aunque nadie ha visto el carro de fuego en que se fue… Para algunos, como te ven tan bueno y tan amante del pueblo, eres Jeremías en persona… La mayoría aseguran que eres uno de los antiguos profetas, aunque no dicen quién…
Jesús sonríe. Disfruta de veras con estos Doce que le siguen siempre sin hacer caso de la vida tan dura que a veces llevan y que quieren tanto a su Maestro. Por fin, les suelta la pregunta más comprometedora:
– Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?
Se impone el silencio. Nadie se atreve a expresar su opinión personal. Pedro discurre más que nadie, sin darse cuenta de la luz superior que le invade. Hasta que responde con decisión:
– Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
El momento es solemne. Jesús mismo se emociona al sentir en el discípulo la acción de Dios, y le contesta:
– ¡Dichoso tú, Simón! No ha sido ninguno de carne y hueso quien te ha dictado estas palabras, sino que te las ha revelado mi Padre celestial. Y yo te digo que tú eres Roca, y sobre esta Roca yo edificaré mi Iglesia. Roca tan firme que todos los poderes del infierno no podrán contra ella. Y yo pondré en tus manos las llaves del Reino de los cielos, de modo que todo lo que ates o desates en la tierra se dará por bien hecho en el cielo.
Quedaba hecha la gran revelación.
Jesús afirma que es el Cristo, el Mesías esperado.
Y este Cristo no es sólo un hombre, sino que es también Dios, como su Padre.
Es Hombre verdadero y Dios verdadero.
Tal va a ser siempre la fe de la Iglesia, expresada ahora por primera vez bajo el impulso claro del Espíritu Santo.
Poco podemos añadir nosotros a estas palabras de Pedro y de Jesús. Mejor dicho, podríamos estar horas y horas hablando, pero sería para repetir siempre lo mismo:
Jesús es el Cristo; el esperado por los siglos; el que tenía que venir; el descendiente de David; el que reinará sobre la casa de Jacob eternamente, porque su reino no tendrá fin…
Jesús es Hombre; el que convive con los apóstoles; el que come y bebe y duerme y se cansa como uno cualquiera; el Hijo de María, bien conocida de todos ellos…
Jesús es Dios, al que llama “mi Padre”, con el cual se identifica, y al que atribuye la verdad de las palabras que acaba de pronunciar Pedro…
Jesús instituye su Iglesia sobre Pedro, al que después de resucitar conferirá todo el poder que ahora le promete, y lo hará de modo que la Iglesia, su Iglesia, será reconocida y distinguida de cualquier otra institución porque se hará visible en Pedro y en sus sucesores…
Jesús asegura que su Iglesia será indefectible, pues todos sus enemigos jamás podrán acabar con ella…
La pregunta de Jesús ¬¿Quién dicen los hombres, quién dicen ustedes que soy yo?, tiene hoy una actualidad muy grande.
Para los jóvenes, Jesucristo es la novedad, el líder que necesita la sociedad envejecida, el único capaz de dar sentido a una vida caduca.
Para nuestra América Latina, Jesucristo es el liberador de la opresión y de la injusticia.
Para muchos es el revolucionario que debe trastornarlo todo; para otros, es el pacifista que quiere un mundo tranquilo y sin complicaciones.
Todo eso resultan visiones muy parciales de Jesucristo.
¡Señor Jesucristo!
Como Pedro, te confesamos el Cristo, el Dios eterno, el Señor de la Iglesia, el Rey inmortal.
Tú eres el Hombre Nuevo y el modelo con el cual nos queremos conformar.
Y estando contigo en tu Iglesia, ¿Qué nos puede faltar, si en ella lo tenemos todo?…
P. Pedro García, CMF.