En una de esas guerras sin sentido que nos ha tocado ver en nuestros días, concretamente en una nación de Asia, no había soldados que quisieran ir a luchar en el frente. Y, como no valían las objeciones de conciencia, los generales iban reclutando hombres forzados, y tan forzados que los hubieron de llevar atados con cuerdas hasta que los colocaban delante del enemigo…
Es natural. Si no tenían ningún estímulo, ningún ideal, ¿Quién era el tonto que quisiera morir sin más por una causa meramente política? ¿Qué les importaba una forma de gobierno u otra?…
Bien, traigo esto a cuento porque el Evangelio de hoy es la estampa más al revés de la actitud de esos soldados.
Jesucristo va reclutando voluntarios para el Reino, hombres y mujeres que sepan jugarse por Él la vida, y no admite a ningún forzado.
Solamente valen para seguir a Jesucristo los que tienen ideal. Solamente valen los que quieren salvar al mundo.
Solamente valen los que están dispuestos a todo, hasta morir si es preciso.
Empieza por hacerlo el mismo Jesús ante el querer de Dios su Padre. Cuando ve que debe morir por la salvación del mundo, sin pensárselo dos veces, con decisión, se pone en marcha hacia Jerusalén dispuesto a parar en la cruz. ¿Cómo deben portarse entonces sus seguidores?
Lucas nos lo dice con la historia de tres llamados por Jesús.
Uno le quiere seguir, y le dice entusiasmado:
– Maestro, me quiero ir contigo adondequiera que tú vayas.
Jesús se alegra, pero le advierte de lo que le espera:
– ¿Ya te has dado cuenta de que las zorras tienen sus madrigueras en los montes y que los pájaros tiene sus nidos? Pues, mira, yo no tengo ni una almohada donde reclinar mi cabeza. ¿Estás dispuesto tú a llevar una vida dura como la mía, sin ninguna seguridad?…
Otro le contesta que sí, que quiere seguirle, pero le pide antes:
– Déjame que vaya primero a enterrar a mi padre, que se ha muerto, y después te sigo inmediatamente.
Jesús se muestra inflexible:
– Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ven y sígueme.
Lo más probable es que Jesús exageró su palabra para darnos la lección, y que pudo añadir condescendiente:
– Está bien. Cumple con ese deber filial. Pero ten presente que es más importante seguirme a mí que detenerse en contemplaciones con la familia.
Lo cual es lo mismo que responde a un tercero:
– ¿Qué quieres ir antes a despedirte de los tuyos? No te entretengas en pequeñeces ni te distraigas de lo más importante. Para el Reino de los cielos no vale el que pone la mano en el arado y vuelve la vista para atrás.
Con estas historias viene a decirnos Jesús a cada uno de los que le queremos seguir:
– ¡Deja todo, y actúa con generosidad!… ¡Entrégate del todo y sin miedos!… ¡No te preocupes de nada más que del Reino de Dios!…
Dejando ahora lo que este lenguaje fuerte de Jesús tenga de parábola o hipérbole, es decir, de exageración, la realidad que el Señor nos enseña es clara: el cristiano, antes que dejar a Jesús, está dispuesto a todo.
A dejar todo por Jesús.
A no medirse en la generosidad, porque a Jesús se le da todo.
El cristiano, como Jesús, no tiene ningún miedo cuando se trata de cumplir el querer de Dios, como no lo tuvo Jesús cuando se trató de subir a Jerusalén para ir a la cruz.
El cristiano, al seguir a Jesús, no se tira para atrás en ningún deber: lo mismo nosotros los seglares en el matrimonio y en nuestra profesión, que el cura y la religiosa en el servicio de la Iglesia…
Ciertamente, que esas expresiones del Evangelio, como el no ir a enterrar al padre o despedirse de los familiares, son exageraciones que no hay que tomar al pie de la letra, como si Jesús nos quisiera arrancar el corazón de carne y ponernos en su lugar un corazón de piedra. No. Lo que expresan es la superioridad de la fe en Jesús sobre toda consideración humana.
Fe es la adhesión a la Persona de Jesucristo.
Fe es darse a Jesucristo sin reservas.
Fe es entregar el corazón a Jesucristo sin guardarse para sí ninguna fibra.
Entendiendo así la fe, se entienden las expresiones tan fuertes del Evangelio. Es como decirse:
-¿Nada vale lo que vale Jesucristo? Entonces, a Jesucristo no se le niega nada y por Jesucristo se hace todo.
Este es el modo de hablar de los amantes verdaderos de Jesucristo
¡Señor Jesús!
Para irme contigo, no hace falta que me aten a mí con cuerdas ni con cadenas.
Eso, yo lo dejo para soldados flojos y sin ideal.
Por mí, me basta el amor que te tengo, para poder seguirte adondequiera que Tú vayas…
P. Pedro García, CMF.