Martes 8 de diciembre de 2015
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
San Lucas 1,26-38: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.

¡Viva el Dios de la misericordia en medio de su pueblo!, ¡Viva la Virgen María, la humilde sierva del Señor, la mujer del Reino sin mancha, ni pecado!

Queridas familias, hoy iniciamos con alegría la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y, a la vez, inauguramos el Año Santo de la Misericordia, tiempo de gracia y de perdón para toda la humanidad. Acojamos en nuestro corazón este maravilloso don de Dios; dejémonos amar por Él.

En el relato evangélico que se proclama en este día se nos presenta a María como “la llena de gracia”; ésta expresión bíblica recoge en el saludo del Ángel el sentido del dogma de la Inmaculada Concepción. Ella es la nueva Eva, la representante de la nueva humanidad, libre de toda mancha del pecado. En ella habita el Espíritu que la ha preparado en la integridad de su persona para ser la Madre del Salvador.

En el libro del Génesis, después de maldecir al demonio simbolizado en la serpiente, Dios hizo una promesa a toda la humanidad: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza mientras tú tratarás de morder su talón” (Gn 3,15). Jesús, el Señor, obtuvo la victoria definitiva sobre el mal en la cruz y, a la vez, favoreció anticipadamente a su Madre, preservándola de todo pecado desde el mismo momento de ser concebida por Joaquín y Ana. Hay en María una ausencia total de pecado desde el mismo inicio de su vida, no por mérito propio, sino por la acción misericordiosa de Dios que la ha creado limpia de todo mal.

Quisiera resaltar el hecho de que Dios ha sembrado enemistad entre la Virgen y la serpiente. Las virtudes y la fe de María son un rotundo desafío en contra del imperio del demonio. En su intercesión materna encontramos un refugio seguro para los momentos de prueba y nos aseguramos el triunfo en la batalla contra la tentación. Las súplicas de María son un arma potente contra el enemigo.

La misericordia divina brilla en María como el sol (Ap 12, 1) y por eso la Iglesia ve realizada en ella su victoria definitiva. La avalancha destructiva del pecado se detiene ante el Mesías y su Madre. Es así como no puede haber cabida en nuestros corazones para la desesperanza; ya que en la humilde nazarena descubrimos que no estamos condenados a la destrucción, ni al fracaso. Su cántico nos lo recuerda constantemente: Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1, 52). Alabemos al Señor en este día grande y supliquemos: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32).

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, a ti encomendamos a todas nuestras familias en este Año Santo. Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente, P. Freddy Ramírez, cmf.