Domingo 14 de agosto de 2016
20º Domingo Ordinario
San Lucas 12,49-53: “He venido a arrojar fuego sobre la tierra”

Queridos hermanos y hermanas, un nuevo domingo se nos regala; es tiempo de hacer memoria de las palabras y las acciones de Jesús para transformar nuestro mundo en Reino de Dios. Que en sus hogares el fuego del amor permanezca siempre encendido.

En el Evangelio de este día Jesús proclama unas palabras desconcertantes: “He venido a arrojar fuego”, “…no he venido a traer la paz, sino la división”. Tan provocador es su mensaje que nos llama al cambio radical y nos desinstala de la paz dulzona y sin compromiso en que solemos estar. “Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27). La paz que nos trae el Maestro es fuego abrasador, fuego ardiente que purifica, renueva y libera del reinado de la muerte y el odio. Es fuego radiante que ilumina dejando en evidencia las intenciones del corazón y que provoca división entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad que se oponen al reinado de Dios.

Seguir a Jesús y obedecer su Palabra supone para nosotros una ruptura radical con la tendencia normal de la sociedad de entender el mundo. Vemos con ojos los ojos del amor y de la justicia divina la realidad de cada día. No nos conformamos con el orden establecido y, como profetas, proponemos un camino de libertad humanizante para recrear la sociedad y la familia. Por eso nuestra opción incomoda a muchos y, como dice Jesús, provoca división: “Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. No todos, en efecto, están comprometidos en el nuevo orden de la misericordia que Jesús inaugura.

Somos mensajeros de la paz cristiana en las familias. En nuestras manos está confiada una gran misión y no podemos desistir. Dios confía en nosotros, aunque seamos débiles y tropecemos una y otra vez. Al defender la vida desde su más remoto origen nos unimos a la gran marcha de Jesús que reclama la salvación plena del ser humano. Confiamos en que, al final del camino, cosecharemos los frutos de nuestro esfuerzo y veremos, con alegría desbordante, realizado aquel deseo enorme de Jesús de que el mundo arda en el fuego del amor y de la paz. Ofrezcámonos como portadores de ese fuego y llevemos la chispa del Reino a todos los lugares donde el amor, la justicia y el perdón sean urgentes. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.