“Después de las nubes viene el sol”, decía un antiguo refrán de los latinos. Y después de

las tinieblas densas de la pasión y muerte del Señor viene la gloria de la Resurrección.

El Cielo, por la voz del ángel que se aparece a las mujeres asombradas, lo anuncia con

una sola palabra que vale por todo el diccionario: “¡Resucitó!”…

Es inútil buscar entre los muertos al que vive. “¡No está aquí!”…

Aquella carne tensa por los espasmos de la cruz, aquellas piernas inmóviles, aquellos

brazos caídos, aquel cuerpo convertido en una llaga pura, aquellos ojos apagados, aquellos

labios cárdenos, toda esa humanidad deshecha…, ¡mírenla! Ahora relumbra más que el sol.

Libre por los espacios inmensos, ha penetrado lo más alto de los cielos.

Lleva consigo la multitud inmensa de los salvados, a los que ha arrancado de la prisión

oscura en que yacían.

Se han derribado las puertas de la Gloria hasta ahora cerradas, y allí está, sentado a la

derecha del Padre, el que hace nada más tres días colgaba del patíbulo y era llorado por la

creación entera… “¡Resucitó! ¡No está aquí!”…

Sería muy fácil hoy hacer literatura ¾que no sería barata, por cierto¾ y presumir de una

oratoria vibrante. Los entusiasmos estarían más que justificados. Porque el Resucitado

desborda con su presencia todo cálculo humano y nos eleva a mundos insospechados.

Pero nos gustará más guardar la serenidad de la reflexión seria, pausada, y, palabra de

Dios en mano, mirar lo que significa para Jesús, para nosotros y para el mundo entero la

resurrección de Jesucristo.

¿Qué significa la resurrección para Jesús?… Es el triunfo total sobre el pecado y sobre la

muerte, a la vez que su propia y definitiva glorificación.

El demonio se creyó dueño y señor al tumbar en el paraíso a nuestros primeros padres.

Pero ha venido uno más fuerte que lo ha noqueado y lo ha dejado tumbado para siempre

contra las cuerdas… El demonio ya no levanta cabeza. Se figuró el maldito que aquel

misterioso Jesús, una vez muerto y sepultado, ya no tenía poder alguno.

Pero se equivocó de medio a medio, porque bobamente se tragó el anzuelo que Dios le

echaba.

Muere Jesús en la cruz, y la culpa del hombre queda saldada.

Resucita Jesús, y la muerte queda herida de muerte.

Porque ha resucitado el que es cabeza y resucitarán después todos los miembros…

Ahora no reinará sino la Vida. Y ahí está la muestra, como dice Pablo: “Jesús resucitado,

ya no muere más”. La muerte ya no tiene dominio alguno sobre él. Elevado a lo más alto de

los cielos, allí está presentando sus heridas gloriosas al Padre, “intercediendo siempre por

nosotros”.

Ya no espera sino el final, la conclusión del mundo, para ver a todos sus enemigos como

escabel de sus pies y ser después, salvados todos los elegidos, el Señor del Universo y el

Rey inmortal de los siglos eternos…

¿Qué es para nosotros la resurrección de Jesucristo?… Es nuestra propia resurrección.

Acabamos de decirlo. Ha resucitado la cabeza, y necesariamente hemos de resucitar los

miembros. Dejemos que pasen los siglos y que estemos bien convertidos en polvo.

¡Saldremos un día de nuestros sepulcros!… Quien nos creó mortales, puede hacer de

nosotros una nueva creación de seres inmortales.

Esto, por una parte. Pero la Resurrección de Jesús tiene para nosotros un valor enorme

como prueba de nuestra fe.

Un gran político, descreído, estaba junto al lecho de su padre moribundo. El buen viejo

moría aferrado a su fe católica. Pero, ante la incredulidad del hijo, le pregunta: -¿Puedes

demostrarme que Jesucristo no resucitó?… El hijo callaba, mientras el padre le miraba

profundamente. Y así, contemplando con fe robusta el Cielo en lontananza, el anciano fiel

moría lleno de paz y se iba al encuentro del Resucitado…

¿No nos equivocamos al seguir a Jesucristo?… ¡No!, y estemos tranquilos. Tendríamos

para dudar si Jesucristo no hubiera resucitado. Porque la prueba que Jesucristo dio de su

misión divina fue precisamente su propia resurrección. ¿Cumplió su palabra y salió del

sepulcro? Entonces, no nos engañó. Podemos seguirle con seguridad total.

¿Y qué significa para el mundo el que Jesús haya resucitado? El apóstol San Pablo tiene

una frase algo misteriosa, y nos dice que toda la creación gime como con dolores de parto.

Está suspirando por su liberación, que ya ha comenzado con la resurrección de Jesucristo,

porque el universo entero se verá liberado de las mutaciones que lo esclavizan y llegará a

gozar de la libertad de los hijos de Dios.

Pero, no miramos así al mundo respecto de la Resurrección de Jesús. Miramos a todos

los hombres, hermanos nuestros, y los vemos ansiosos de recibir el mensaje de la salvación.

¡Que sientan nuestra fe en el Resucitado! ¡Que llevemos alegría a tantos corazones que

sufren! ¡Que trabajemos para que en la sociedad reinen el amor y la justicia! Sólo así puede

vivirse la dicha que nos trajo a todos Jesucristo con su Resurrección, como primicia de la

dicha futura y eterna…

Hoy, Pascua de Resurrección. Una fiesta que en la Iglesia la celebramos durante

cincuenta días, en lo que llamamos “tiempo pascual”, hasta el día de Pentecostés.

Una fiesta que dura después cincuenta y dos semanas, porque cada Domingo es la

celebración repetida de la misma Fiesta, que hace presente en medio de su Iglesia al mismo

Resucitado en persona…

¡Señor Jesucristo, Señor nuestro Resucitado!

Recibe nuestro parabién. ¡La enhorabuena más cumplida por tu triunfo sin igual!… ¡Qué

orgullosos estamos de ti! ¡Y qué ganas de estar contigo!… Que tu rostro, resplandeciente

más que el sol, brille sobre las tinieblas del mundo y nos salve…