Roma, 24 de agosto de 2015

Hermanos:

Hoy hemos comenzado el Capítulo General. Somos 82 misioneros. Y en la reflexión inicial el P. Josep Abella, superior general, nos ha compartido estas reflexiones y preocupaciones:

  1. Dónde y cómo nos encontramos. ¿Goza de buena salud la Congregación? Nos han encomendado la misión de discernir qué dice hoy el Espíritu a la Congregación.
  1. Elementos innegociables:
    • La consagración a Dios en el seguimiento de Jesús a través de una vida de castidad, pobreza y obediencia.

La Iglesia y el mundo no nos necesitan como profesionales de la parroquia, de la predicación, de la educación o de la acción social. Nos necesitan, ante todo, como testigos de la primacía absoluta de Dios y del dinamismo que surge cuando Dios ocupa el centro de corazón de las personas y de las comunidades. ¿De qué Dios hablan nuestra vida y nuestras palabras? ¿O distraemos a la gente con otras cuestiones que no tienen que ver con lo esencial del mensaje evangélico?

  • El compromiso por vivir la fraternidad evangélica:
  • en la comunidad religiosa.
  • en la apertura a los que sufren. Hemos de renovar de un modo creíble la opción por los pobres y excluidos y por la justicia. Esta opción no puede dejar de ser un eje transversal que toque todas las dimensiones de nuestra vida.
    • La disponibilidad total y absoluta para la misión.

Debemos saber recoger las llamadas que Dios nos hace a través de la realidad y convertirnos en signos de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

  1. Los desafíos prioritarios de nuestra Congregación:
    • Consolidar la identidad misionera.

La misión es el núcleo de nuestra vocación. Marca nuestra espiritualidad, orienta los procesos formativos, determina nuestro estilo de vida comunitaria, orienta la organización de la economía y se expresa en actividades apostólicas. Nos acecha la tentación de la instalación. Tenemos el peligro de perder la mística misionera. El Espíritu nos otorga aquella mirada que permite descubrir los desafíos más apremiantes y nos impulsa a responder desde la itinerancia.

  • Vivir el gozo de la fraternidad en la comunidad misionera.

Es necesario desarrollar un estilo de vida personal y comunitario que manifieste lo que somos (cf. Dir 26). Es necesario hacernos expertos en comunión. La Congregación es nuestra familia, y en la familia o se comparte o ésta deja de existir.

¡Qué triste es encontrarse con claretianos que simplemente soportan la vida comunitaria y ven las exigencias de la vida fraterna como una limitación a sus propios planes!: ausencias persistentes de los momentos comunitarios, falta de transparencia, independencia en el uso del dinero… Todo se reduce a una valoración de lo que “más me conviene”.

La comunidad es el sujeto de la misión. Asumir comunitariamente la misión supone un ejercicio serio de oración y diálogo para analizar, discernir, explicitar las opciones y el modo de llevarlas a cabo, evaluar y, sobre todo, para sentirse unidos en aquel celo misionero que nos convoca en verdadera comunidad misionera.

  • Cuidar la formación.

La formación es un trabajo artesanal. Se requiere acompañamiento personal para ayudar a asimilar los valores fundamentales de la vida misionera claretiana y preparar para una vida comunitaria madura y gozosa.

Nuestra formación ha de ser misionera. Los centros de formación en la Congregación deben organizarse como “comunidades formativas”, distintas de los modelos que se ofrecen en otros Seminarios diocesanos, de modo que eduquen a los misioneros en formación al diálogo y a la corresponsabilidad de cara a la vida de comunidad y a su proyecto pastoral.

Tres aspectos fundamentales:

  • La dimensión de la “ruptura”. Optar por la vida misionera supone renunciar a otros valores. Y esto hay que asumirlo profundamente y con gozo.
  • La continuidad del proceso formativo durante toda la vida. No se trata de sacar títulos, sino de una actitud espiritual e intelectual que ayuda a mantenerse abierto a los nuevos cuestionamientos.
  • La pastoral vocacional. Es importante un acercamiento mayor a los jóvenes y un proyecto de pastoral infantil y juvenil más sistemático.
  • Un ministerio profético.

“No jueguen a ser profetas”. La hipocresía mata el mensaje. Nuestra proyección misionera ha de transparentar esta dimensión profética.

En nuestra Congregación hay un déficit de discernimiento. Percibo una excesiva dispersión en nuestros apostolados que debilita el sentido de identidad congregacional. Para realizar un buen discernimiento necesitamos claridad en los criterios. ¿Cuáles han de ser las características fundamentales que deben marcar hoy nuestra proyección misionera en el ámbito del apostolado?

Como misioneros tenemos vocación de frontera. Como misioneros claretianos no estamos llamados a ofrecer primordialmente lo que podríamos llamar “servicios religiosos”, sino a suscitar, a través del anuncio de la Palabra y de los diversos proyectos apostólicos, aquella transformación que invita a las personas a cambios profundos en su vida y les abre nuevos horizontes, que estimula a la Iglesia a volver a sus raíces evangélicas y a vivir su vocación de servidora de la humanidad, y que promueve en la sociedad aquellos cambios que puedan acercar la historia de la humanidad al proyecto que Dios tiene para sus hijos.

La acción pastoral de un claretiano ha de ser necesariamente provocadora y transformadora.

  • Una organización que ayude al dinamismo misionero.

El XXV Capítulo General de nuestra Congregación está oficialmente abierto en el nombre del Señor. No dejen de sostenernos con la oración.

Un abrazo:

Ismael, cmf